Ruta Caball Bernat (Alzira)
2010_09_05
Iniciamos nuestra aventura en la puerta de La Ciudad de la Justicia. Habíamos quedado allí a las ocho. El quedar tan pronto se debía a que no queríamos pillar toda la calor. Estábamos Vicente, Rafa Ramis, Esther, su amigo Juanjo y yo. Todos llegamos puntuales. Pasamos por el Saler para recoger a Rafeta. Hala, ya estábamos todos. El camino hacia Alzira no es largo, así que nos plantamos allí en media hora.
Nada más llegar al Valle de la Murta cogimos nuestras mochilas, nos pusimos las botas de montaña y nos preparamos para caminar. Esther y Juanjo iban a hacer una ruta suave. Los demás queríamos ver Valencia desde arriba del Caball Bernat.
El camino tiene quinientos metros de desnivel. Conforme esmpezamos a ascender me pasó lo mismo que dos semanas antes en el Ibón de Acherito: no podía coger un ritmo cómodo de subida y tenía el corazón a mil por hora. Cada poco iba parando para recuperar el resuello. Mis compañeros de aventura se lo tomaron bien, y paraban para esperarme. Entre parada y parada iba haciendo fotos. Yo tenía la única cámara del grupo, y los compañeros me pedían fotos. Y yo estaba encantado de hacerlas.
Este poste indicativo señala adonde nos dirigíamos.
Las vistas conforme ascendíamos eran magníficas. Todo el valle de Valencia, los pueblos de alrededor, La Albufera, El Saler, los inmensos campos de arroz que rodean Valencia, etc…
Una foto llena de amistad y compañerismo.
Empezamos a tener grandes vistas de lo que había debajo de nosotros. Conforme subíamos aumentaba el calor. Íbamos parando para hidratarnos, y yo aprovechaba para recuperarme. Iba muy asfixiado, pero valía la pena.
Vicente quería un recuerdo de su ascensión al Caball Bernat, me pidió que le hiciera esta foto y yo encantado de usar la cámara.
Al ganar altura pudimos ver los inmensos campos de arroz que rodean Valencia. El color marrón uniforme los delata.
Seguíamos ganando altura, y yo iba parando cada dos por tres. Los compañeros se lo tomaron bien. A Vicente le hizo gracia un pino solitario en la montaña de enfrente, y tirando de teleobjetivo lo fotografié.
Por fin, después de dos horas de pateo cuesta arriba hicimos cumbre. Aquí van las fotos de la gesta:
La panda en el vértice geodésico.
Y después de esto empezaron los verdaderos problemas. A ver…la ruta era circular, así que no íbamos a volver por donde habíamos ascendido. Dejamos atrás la cima, y llegamos a la prueba de fuego de la caminata. A nuestros pies había un abismo de muchos…pero que muchos muchos metros. Ya no se trataba de llevar el culo pegado al suelo. Había que destrepar. Era una pared vertical de 15 o 20 metros. De acuerdo, había agarres para pies y manos por todas partes…pero si se te iba un pie te ibas barranco abajo. Rafa, que se las sabe todas, se había traído por si acaso una cuerda, unas cintas express y uno sencillo arnés. Suerte que lo trajo, porque si no baja por ahí su tía la del pueblo. Yo fui el primero que bajó. Fue lento y complicado pero ya os digo…había agarres por todas partes. No se me fue ningún pie o mano, y llegué al final de lo peor. Eso es… de lo peor…pero no de todo lo malo. El resto del camino era una barranquera en la que había que ir con el culo pegado al suelo. El esfuerzo muscular era agotador. Hacía un calor horrible que hacía que se te fuera la cabeza. Fui bajando como pude…pero no veía el final del barranco. Exhausto…paré. A los pocos minutos apareció Vicente. Me superó…y no se le ocurrió otra cosa que pedirme una foto. Nunca he hecho tres fotos con tanta desgana y apatía. Aquí van dos:
Y esas fueron las dos últimas fotos que hice ese día. No tuve ganas de más. Paré, me tomé una barrita energética, me hidraté, y totalmente desganado seguí bajando. Pronto me alcanzaron los dos Rafas. Al final del barranco…sí sí…aquel infierno tuvo un final, Rafa y Vicente decidieron subir al Pico del Cardenal. Rafeta y yo continuamos el descenso. Aquello estaba muy empinado, y el esfuerzo muscular era horrible. Llegado un punto…me caí. No sé qué pasó…pero me fui abajo. Me agarré a un palmito que me hizo sangre en la mano. Caí a plomo, con las piernas hacia arriba, la cabeza hacia abajo, chillando, y con la espalda encajada entre dos rocas. Rafa y Vicente acudieron a los gritos. Los muy cabrones pensaban que nos habíamos cruzado con un jabalí al oír mis gritos. Trataron de levantarme pero no podían. Al final, tirando cada uno de un brazo me sacaron de allí. Lo único que yo decía era: mi cámara, mi cámara. La cámara iba en la mochila, y yo temía que se hubiera roto. No me rompí nada y pude seguir andando. Dos minutos después me volví a caer. Rafa acudió raudo al rescate. Todos se portaron muy bien conmigo. Nadie me echó en cara nada. Sabían que había comido y bebido, y que las caídas se debían seguramente a agotamiento o mala suerte. El calor era horrible. Poco a poco el camino volvió a ser una senda más normal. Llegado un punto, sacamos todo el líquido que nos quedaba y lo compartimos sabiendo que quedaban veinte minutos hasta el coche. Parecía que aquello no se terminaba nunca…pero llegamos. Cogimos el coche y fuimos al restaurante La Casella (La Casella es el valle siguiente al Valle de la Murta). Allí nos esperaban Juanjo y Esther…y todo el líquido que pudiéramos necesitar. La paella estuvo buenísima. Tenía pollo, conejo, costillas de cerdo, y unas pequeñas pero suculentas albóndigas. Nos bebimos hasta los floreros. Habíamos acabado deshidratados. Pero valió la pena. No me arrepiento de haberla hecho, a pesar del calor, y de lo mal que lo pasé. Fue una buena aventura, con tres buenos amigos. Este tipo de experiencias te unen a la gente con la que las compartes.
Aprovechando que estábamos al lado de Cullera, fuimos a visitar a Cristina que vive allí. Nos invitó a café, horchata y helado de fresa. Tuvimos un rato de charla agradable y a eso de las siete salimos para Valencia. La vuelta se nos hizo cuesta arriba porque pillamos retención. Pero, al fin, llegamos a casa…a la ducha…a la cena…y a la cama…que me las había ganado.
Y aquí termina una nueva y apasionante aventura de Posete. Espero haberos hecho pasar un buen rato.